San Ildefonso en el Tiempo | Contribución al criollismo novohispano [II]

 

Contribución al criollismo novohispano de los misioneros y profesores jesuitas en el siglo XVII
Segunda parte 

Dos amores arraigados llevaron a los jesuitas mexicanos a Italia,
 los que manifestaron sin embozo, los cultivaron en sí y en los demás, los
 cantaron sus 
poetas y los propagaron sus escritores: la devoción al
 sagrado corazón de Jesús y de la virgen, particularmente la guadalupana,
 en cuyos brazos quisieron todos morir para lograr mejor patria.


Gerard Décorme

 
Miguel Cabrera, Calvario con los Santos Jesuitas. © INAH 

La palabra fue el instrumento fundamental para la labor evangelizadora de la Compañía de Jesús, tarea que se desarrollaba durante largas horas de estudio, y que se diversificaba y enriquecía con el proceso de aprender los códigos y lenguajes de las pueblos a los que estaba destinado su trabajo; es decir, no solo bastaba aprender el idioma para trasmitir un mensaje con claridad, sino que se debía conocer al otro: su comportamiento, su forma de entender y explicarse el mundo para encontrar referentes donde la voz evangelizadora tuviese el eco tanto en las culturas de occidente, como en las de los pueblos del norte novohispano. 

Sin embargo, el proceso resultó aún más complejo: ni el título de Virreinato de la Nueva España pudo dejar en el olvido el nombre de México; por el contrario, serviría para avalar que los criollos fueron el resultado de una fusión de dos civilizaciones: la mexicana y la hispana, y que la religión católica, impuesta por los nuevos colonizadores, sería el eje que caracterizó su identidad, pero sumándose la magnificencia de los antiguos emperadores que dominaron el valle del Anáhuac y los césares del imperio romano. Júpiter y Quetzalcóatl: sobre estos pilares se establecería el criollismo.

La labor misionera y educativa de los jesuitas durante el siglo XVII contribuyó a la apropiación cultural y territorial, siempre en constante adaptación a las circunstancias, pero sin olvidar que el origen se detonó desde el centro: los colegios fundados en las ciudades principales del Virreinato tuvieron como modelo al Colegio de San Ildefonso, así como alguna vez Messina, Gandía o Roma lo fueron para San Pedro y San Pablo; lo único que hizo falta fue tiempo para que se afianzaran y crecieran hasta el momento de la expulsión. Un fenómeno similar ocurrió respecto a las misiones que comenzaron como pequeños asentamientos y que hoy son ciudades como La Paz, Mazatlán o Loreto. 

Las imágenes y devociones como el culto a la virgen sirvieron para la propagación de la creencia y el culto mariano. Imágenes litúrgicas y retablos elaborados en los talleres de la Ciudad de México llegaron a las misiones más recónditas, a través del Camino Real de Tierra Adentro, cruzando desierto y cañadas infranqueables que aún son obras de devoción en el territorio de la Sierra Tarahumara, la Pimería Alta o California.

La fractura de aquel proceso cultural se dio con la expulsión de 1767. Sin embargo, los jesuitas contribuyeron a establecer una identidad y arraigo a la tierra denominada México que, enraizada en los aspectos regionales, mantuvieron una unidad a pesar de las asimetrías territoriales, poblacionales y culturales.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.


Bibliografía:

  • Bethell, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Tomo II:América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII”. Barcelona, Cambridge University Press-Crítica, 1998.
  • Decorme, Gérard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572-1767. Tomo I: “Fundaciones”. México, Porrúa, 1941.
  •  Lozano Fuentes, José Manuel. Historia de España. México, CECSA, 1980.
  •  Lynch, John. La España del siglo XVIII. Barcelona, Crítica, 1999.

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