San Ildefonso en el Tiempo | Los jesuitas en la Nueva España
Los jesuitas en la Nueva España
Desde el año 1582, con las limosnas del señor Villaseca y del rey, se
empezó a levantar la iglesia de San Pedro y San Pablo que se dedicó en
1603, siendo entonces el templo más suntuoso de la capital. Hízose en ella un
hermoso sepulcro para el fundador Villaseca, que había fallecido a fines de 1580.
Gerard Decorme
Créditos @INAH |
Durante el proceso de establecimiento de los jesuitas en la Nueva España, una de las interrogantes es por qué su presencia fue tardía en relación con otras órdenes religiosas. No debe olvidarse que la creación de la misma organización en las inmediaciones del siglo obedeció a un contexto en el que las guerras de religión confrontaban a los bandos católico y protestante, y la iglesia encomendó a la naciente compañía religiosa a contrarrestar este complejo momento.
En la América septentrional, la evangelización de la población indígena realizada por franciscanos, dominicos y agustinos en las primeras décadas del siglo XVI se había desarrollado principalmente en las zonas centro-sur del virreinato novohispano; sin embargo, la obra misionera se vio afectada por las epidemias que diezmaron a gran parte de la población indígena en las décadas correspondientes a la segunda mitad del siglo.
Antes de la llegada de los jesuitas, hubo voces como la de Vasco de Quiroga, quien sugería la presencia de misioneros ignacianos en territorios novohispanos; esto sucedió hasta la década de los setenta, cuando la opulencia del protector de los jesuitas Alonso de Villaseca envió a la península ibérica la cantidad de dos mil ducados para el viaje.
La presencia de jesuitas en la Nueva España no puede entenderse sin la intervención de San Francisco de Borja, quien logró persuadir al monarca Felipe II para expedir dos cédulas reales pidiendo al padre provincial Toledo y al mismo Borja el envío de misioneros al virreinato.
Para misión tan importante se eligieron jesuitas procedentes de toda la península ibérica que acompañaron al padre provincial Pedro Sánchez en su misión de establecer a la orden jesuita en territorio novohispano. Los acompañantes fueron Diego López, Pedro Diaz, Hernando Suárez de la Concha, Diego López de Mesa, Pedro López de la Parra, Francisco Bazán y Alonso Camargo. También se sumó a Antonio Cedeño, sobreviviente de aquella primera aventura que no fructificó en la Florida y a quien se le solicitó su avance hacia México.
Este grupo estaría incompleto sin la mención de Juan Sánchez Barquero, Juan Curiel y Pedro Mercado, los tres estudiantes de teología y cuatro coadjutores legos: Bartolomé Larios, Martin de Mantilla, Martin González y Lope Navarro, que en poco tiempo dejó de pertenecer a este grupo. Fueron quince quienes se dieron a la tarea de emprender el viaje que habría de establecer por más de 190 años en el virreinato de la Nueva España.
Créditos @INAH |
La salida del grupo jesuita ocurrió el 13 de junio de 1572 desde San Lúcar de Barrameda en el estuario del Río Guadalquivir, tras dejar pasar algunas embarcaciones salientes de Sevilla, ciudad que abría las puertas al Nuevo Mundo para todos aquellos que iban a hacer las indias o la América, como era común llamar en aquel entonces a quienes se embarcaban a estas tierras. Arribaron al puerto de San Juan de Ulúa el 9 de septiembre y el 28 del mismo mes de hace 450 años, finalmente llegaron a la Ciudad de México.
No solo el padre Decorme reitera esta historia basada en la obra escrita por fray Xavier Alegre, también en la fachada de la portada que da acceso al patio de novicios del Colegio de San Ildefonso, está plasmado el relieve historiado que muestra a cada uno de aquellos jesuitas que, bajo el manto del santo patrono de la Nueva España —San José—, se resguardan.
Establecerse en la ciudad no fue cosa sencilla: no contaban con recursos, todos fueron presa del vómito prieto —llamada así a la salmonelosis en aquellos años—, por lo que se mantuvieron en el hospital de Jesús. Ahí recibieron auxilio de los padres agustinos, luego pasaron al hospital de Vasco de Quiroga en el pueblo de Santa Fe y fueron trashumantes entre estos establecimientos, pues el virrey no daba acomodo hasta que el apoyo de Alonso de Villaseca nuevamente les favoreciera con los solares en los que hoy se asientan los Colegios de San Pedro y San Pablo, San Gregorio y San Ildefonso. Este hecho tuvo lugar el 12 de diciembre de 1572.
Derivado del patrocinio otorgado por el minero a los padres de la compañía, se debe que los jesuitas en la Nueva España sean llamados también alonsiacos; no solo les otorgó terrenos, también recibieron donaciones que alcanzaron la cantidad de ciento cincuenta y seis mil pesos duros de plata.
De esta manera comenzaba la labor titánica de levantar las edificaciones que se convertirán en lo que en palabras del historiador Guillermo Tovar y de Teresa denominó ciudadela jesuita, que inició con un jacalteopán —casa de dios—, resultado del trabajo de miles de indígenas procedentes del pueblo de Tacuba, en la que el levantamiento y artificio de las fábricas de los futuros colegios jesuitas serán los bastiones modeladores de la identidad cultural novohispana.
Jonatan Chávez
Historiador y
Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San
Ildefonso.
- Bethell, Leslie. Historia de América Latina. Tomo II: “América Latina Colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII”. Barcelona, Crítica, 1998.
- Chevalier, Jean. Historia de los latifundios en México. México. F.C.E. 1997.
- Decorme, Gerard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572- 1767. Tomo I: “Fundaciones”, México, Porrúa, 1941.
- El arte de las misiones del Norte de la Nueva España 1600-1821. México, ACSI, 2009.
- Gonzalbo Aizpuru, Pilar. La educación popular de los jesuitas. México, UIA, 1989.
- _________________. Educación, familia y vida cotidiana en el México virreinal. México, Colmex, 2013.
- Vargaslugo Elisa. (1997). “El Real y Más Antiguo Colegio de San Ildefonso”, en Antiguo Colegio de San Ildefonso, México, Nafin, 1997.
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