Maestros Muralistas | Diego Rivera en Palacio Nacional

 

Diego Rivera en Palacio Nacional
II. Epopeya del pueblo mexicano:
Sustentos y planteamientos

(En el marco del aniversario luctuoso del pintor, 24 de noviembre de 1957)


La pintura es independiente del personaje, con la pintura se puede dialogar muchísimo,
pues es la pintura la que propone diálogos muy civilizados
.

Dr. Renato González Mello


En el abordaje de la obra mural en Palacio Nacional y ante la idea de reunir toda la historia de un pueblo, Diego Rivera tenía claro que su proceso de aprendizaje sobre el pasado debería estar sustentado no solo en la voluntad y el idealismo que como artista pudiera tener: sería necesario profundizar en disciplinas que comenzaban a arrojar vestigios del pasado y que tenían en aquel presente resonancias para la construcción de una identidad.

Ese proceso identitario se basaba en pretensiones que lejos aún estaban de ser inclusivas: más bien estaban a merced de idealizaciones que renegaban de un indigenismo empobrecido, al que en nombre de la civilización y el progreso se pretendía sumar al discurso modernizador de una nación en ciernes.

Diego Rivera en Palacio Nacional.
© Instituto Nacional de Antropología e Historia

Desde sus tempranos encuentros y conversaciones con personajes como Élie Faure —historiador del arte con quien Diego Rivera hizo amistad—,  sobre el proceso de creación artística, el médico francés sustentaba que el individualismo dentro del arte generaba una presencia mayor de pintura de caballete con un sentido particular, pero que cuando en el arte se hace presente el empoderamiento de las sociedades, predominaba la arquitectura, que al cobrar mayor presencia integraba todas las artes, con lo que se generaba un arte social contundente y multidisciplinar. Estos planteamientos quedaron grabados en la mente del pintor guanajuatense y en las décadas por venir en su obra mural formarían parte de sus conceptos de integración de la sociedad. 

En España, el encuentro con David Alfaro Siqueiros le permitió intercambiar conocimientos, reflexiones y planteamientos de lo que tendría que ser el arte público y social en México; resultado de aquellas conversaciones Siqueiros publicó en Vida americana el famoso Llamamiento de la pintura, postulados con los que sustentaba que el nuevo arte que debería surgir en México tendría que basarse en la tradición milenaria, como base de su universalidad y tendría que ser nuevo, comprensible y accesible para toda la sociedad. 

Ya en México, las incursiones en la preparatoria de San Ildefonso, la Secretaría de Educación Pública y Chapingo mostraban un sentido de arte público y social en el que estaba presente el sentido representativo de un todo, de un constructo de identidad mestiza. 

Público, monumental, social y gratuito: conceptos que constituyen al muralismo mexicano, en la obra de Diego Rivera son una constante, y en la obra por él considerada su mayor proyecto —la de Palacio Nacional—, hizo visible lo que ya de sabido era la identidad: el origen de un pueblo, plasmado a gran escala.

Lo social adquirió sentido cuando en 1923 se agrupa con otros artistas para dar origen al Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, cuyos postulados no solo enfatizaban que toda creación artística tendría que estar enfocada a lo social: en los tiempos de la tercera internacional comunista, la nueva utopía ponía a obreros y campesinos como el objeto de la historia; este sindicato, con su sustento social, se prefiguró como el más genuino de Latinoamérica.

El entusiasmo con que recibió la invitación para la celebración de los diez años de la revolución soviética puso a Diego Rivera en contacto con el verdadero comunismo. Al encontrarse allá, se percató de la tortuosidad del aparato estalinista, ya era visible la presencia unilateral y adoctrinadora que homologaba todo en nombre del proletariado. Aquello no era el espíritu del arte mural que Rivera quería trasmitir, sin embargo, sus convicciones no se vieron alteradas: a la vez que sus intereses como artista no lo mantuvieron alejado de los cantos de sirena que el capitalismo le ofrecía, el mejor gestor de la obra de Diego Rivera era él mismo. Esto le valió proyectos en el país del norte, que le generaron todo tipo de críticas, aversiones y confrontaciones que lo señalaron siempre de contradictorio. 

Desde su publicación, los trabajos arqueológicos y antropológicos realizados por Manuel Gamio Forjando patria de 1916 y La población de Teotihuacan de 1922, eran conocidos por Diego Rivera. Fueron obras que sentaron las bases de la relación entre pasado y presente del comportamiento y costumbres de los pueblos indígenas. 

En 1926, de los cimientos del torreón sur del Palacio Nacional es sacado a la superficie por Alfonso Caso el monolito de la civilización Mexica que el arqueólogo nombró Teocalli de la Guerra Sagrada, en la que dio peso a la interpretación sobre el sacrificio al sol y la guerra sagrada. A raíz de ello, Rivera hace uso del simbolismo en el que están reunidos agua y fuego para apuntalar una visión dualista de la historia del México precolombino.

El pintor reunió para su creación del Palacio Nacional elementos que sustentaban la idea que el personaje se hizo para sí de México; en más de una ocasión contradictoria, donde las fronteras entre las pasiones y la razón se mezclaban y que  en muchas ocasiones lo llevaron por territorios en los que el arrepentimiento se hizo presente, encontró, sin embargo, cimientos esenciales para su obra, donde el pasado precolombino de ese, del que hay infinidad de vestigios y múltiples saberes fragmentados, adquirieron forma en el imaginario de Diego Rivera. Él les dio coherencia, lectura —sin duda una muy particular—, pero que contribuyó a la representación tangible, consistente del pasado, que antes de la obra de Rivera solo estaba en la literatura, la investigación y la filosofía de su tiempo. Estas disciplinas fueron la argamasa de la obra pictórica con la que el pintor amalgamó su constructo identitario de nación mexicana.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.


Bibliografía:

  • Chapa, Arturo. Epopeya del pueblo mexicano. Los murales de Palacio Nacional. México,  Ediciones Chapa, 2010.
  • Lozano, Luis Martín y Juan Rafael Coronel Rivera. Diego Rivera. Obra mural completa.  Colonia (Alemania), Taschen, 2010.
  • Matute, Álvaro. La revolución mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida cultural y      política  1901-1929. México, Editorial Océano, 2002.
  • Pablo O’Higgins, voz de lucha y de arte. México, Antiguo Colegio de San Ildefonso, 2005.
  • Souter, Gerry. Diego Rivera: Su arte y sus pasiones. Shenzhen, Numen, 2010.


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