San Ildefonso en el Tiempo | El espacio femenino en la Nueva España

 

Educación jesuita: los vínculos con el espacio femenino en la Nueva España
Sor Juana Inés de la Cruz y su confesor Antonio
Núñez de Miranda

 

No vidas paralelas, mejor fuera decir antagónicas, aunque también sería impropio considerarlas así, que ya se alejan, ya se ponen de acuerdo, divergiendo y convergiendo, o recíprocamente tolerándose; no, nunca, en cabal y bien acordada inteligencia recíproca. Con reales y positivos méritos él; contrapuestos a los reales y positivos méritos de ella: admirables ambos; incompatibles; por serlo como lo fueron, en el grado máximo en que lo fueron,  demostración viviente de la verdad y acierto de las evangélicas palabras: “muchas moradas hay en la casa de mi padre.” 

Ezequiel A. Chávez


Sor Juana Inés de la Cruz
 por Juan de la Miranda.
© Museo del Palacio de Bellas Artes, INBAL


La sociedad novohispana, resultado de una amalgama compleja de procesos, gente y culturas, encontró en la tierra su más firme cimiento y en su creencia el espacio para dar rienda suelta a procesos de expresión cultural rico y variado. Fue una sociedad que manifestó desde el dogma enseñado y trasmitido (expresado en la ceremonia, el ritual y la festividad de lo aprendido), cultura estamental e institucional que en el espacio geográfico inmenso se replicó y adaptó, se auxilió de símbolos que reiteraron la pertenencia a la cultura que la vio nacer.

La presencia de las mujeres en la cultura —que si bien se mantuvo constreñida al mundo de los hombres— no puede ser omisa o reducida a solo esa presencia; por el contrario, desde los espacios de lo doméstico y religioso, las mujeres continuaron, fortalecieron y afianzaron los preceptos y códigos de comunicación de toda una época, con lo que su estudio en este proceso es necesario e ineludible para una comprensión más amplia del pasado.

En el mundo hispanoamericano no todos acataban las normas; es importante señalar que el grado de analfabetismo era mucho más alto en las mujeres debido a su exclusión. Si bien la literatura religiosa de tipo formal e informal dependió del posicionamiento social al que se pertenecía (desde la casa y el convento), primero se tenía la responsabilidad de la educación de los hijos, el funcionamiento de la casa, la ejecución de las labores para que ese mundo funcionara y tuviese sentido, bajo una dinámica siempre de frugalidad y observancia de comportamientos, fuera de los excesos y los malos hábitos y el fomento de las buenas costumbres.

Las primeras monjas que se trasladaron al nuevo mundo fueron el ejemplo de emulación de vida virtuosa. Las mujeres indígenas eran segregadas a aspirar a una orden religiosa. Más tarde, los jesuitas tomarían atención de este sector —motivo de una entrega—, con la fundación de los primeros conventos femeninos, como el de Nuestra Señora de la Concepción (erigido entre 1540 y 1550), que dio paso a la expansión y operación de estos espacios en las ciudades virreinales, los cuales se autorizaban para ser edificados bajo la petición de sus cabildo de las ciudades.

Las monjas eran objeto de reverencia, piedad, virtuosismo y alabanza por parte de sus contemporáneos en el siglo XVII. Aunque la orden jerónima nunca se solidificó de lleno en la América española, el establecimiento monástico donde Sor Juana Inés de la Cruz vivió fue fundado en 1584 y tras varias presencias y apoyos de patronos, el convento alcanzó su cenit en el siglo XVII, cuando las celdas y espacios conventuales daban la posibilidad a un mundo con mayor acceso a la educación, las artes y la cultura de su tiempo.

En la interacción entre órdenes masculinas y femeninas, los jesuitas, por su destacado nivel de educación eran solicitados como preceptores, confesores y guías, dentro y fuera de la compañía. La relación sostenida por Sor Juana con su confesor Antonio Núñez de Miranda, sin duda se deja sentir en el intercambio que ambos personajes (amén del ejercicio espiritual), profesaron por la lectura de obras y autores de su tiempo, lo que devela su afanosa carrera espiritual e intelectual.

Originario de Fresnillo, Zacatecas, el padre jesuita Antonio Núñez de Miranda (1618-1695) fue también provincial de la Compañía de Jesús y preceptor de la Congregación de la Purificación de la virgen María; el lector podrá preguntarse cómo personajes tan distintos reunieron lo necesario para entablar una relación que pareciera imposible; sin embargo, ese vínculo se puede entender desde la literatura, el conocimiento y los saberes.

Sin sustraerse a su tiempo, la labor de estudio en la teología, el canon y la renovación espiritual que la formación jesuita le otorgó, permitió generar al padre Miranda el prestigio suficiente que, con base en la disciplina, buena memoria y disertaciones elocuentes, sostenía con la monja jerónima y prodigó tan compleja relación, misma que ha sido abordada en diversos estudios.

La Compañía de Jesús fue concebida por Ignacio de Loyola como una organización conformada y administrada bajo preceptos de orden marcial dirigida al género masculino. Este acto no debe ser visto únicamente desde los ojos del presente, se requiere del contexto histórico y cultural para reflexionar sobre la toma de decisiones en el pasado. 

Antonio Nuñez de Miranda
© Fondo Reservado Biblioteca Nacional, UNAM

Sin embargo, el ejercicio educativo y la disciplina constante enmarcada en los ejercicios espirituales que hacían de la orden jesuita ejemplo a seguir, eran los destellos que hacían voltear hacia las vidas de sus integrantes, que eran vistos sin duda como mentores y confesores confiables y siempre prestos, bajo la consigna espiritual, aderezada con inteligibles razonamientos, reflexiones profundas y contundentes ejemplos para seguir en el camino de la buena práctica.

La vida de Sor Juana Inés de la Cruz, además de ser referencia de toda una época, —no solo porque a primera vista ese periodo fue adverso a situación de la mujer al ser dominado por el mundo de los hombres—, en el edificante ejercicio del aprendizaje mostró la riqueza de conocimientos que otorgaba un mundo lleno de saberes nuevos y milenarios, estáticos y cambiantes, y que pese a las restricciones impuestas, siempre encontró cabida para refugiarse en ellos y trascender el tiempo, hasta convertirse en referente genuina de un periodo imborrable y único que es necesario conocer. 

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.


Bibliografía:

  • A. Chávez, Ezequiel. Sor Juana Inés de la Cruz. Ensayo de psicología y de estimación del sentido de su obra y de su vida para la historia de la cultura y de la formación de México. México, Porrúa, 2001.
  • Bethell, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Tomo II:América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII”. Barcelona, Cambridge University Press-Crítica, 1998.
  • Conventos de monjas, fundaciones en el México virreinal. México, Condumex, 1995.
  • Decorme, Gérard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572-1767. Tomo I: “Fundaciones”. México, Porrúa, 1941.
  • Lozano Fuentes, José Manuel. Historia de España. México, CECSA, 1980.
  • Paz, Octavio Sor Juana Inés de la cruz o las trampas de la fe. México, FCE, 2018.
  • Revelaciones. Las artes en América Latina 1492-1821. México, Antiguo Colegio de San Ildefonso, 2007. 


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