San Ildefonso en el Tiempo | Espacio femenino en la sociedad novohispana

 

Educación jesuita y los vínculos con la educación
y el espacio femenino de la sociedad
 novohispana en el siglo XVIII

 

¡Oh cuantos daños se excusarán en nuestra república si las ancianas fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y mi padre San Jerónimo!

Y no que por ser defecto de esto y por la suma flojedad en que han dado en dejar a las pobres mujeres, si algunos de los padres desearan doctrinar más de lo ordinario a sus hijas, les fuerza la necesidad, y falta de ancianas sabias a llevar maestros hombres a enseñar a leer, escribir y contar, a tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimentan cada día en lastimosos ejemplos de desiguales consorcios porque con la inmediación del trato y la comunicación del tiempo,

suele hacerse fácil lo que no se pensó posible. 

Sor Juana Inés de la Cruz

Respuesta a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz (fragmento)



Sor Juana Inés de la Cruz, 1878,
Antonio Tenorio. © INAH

Como lo señala la investigadora Pilar Gonzalbo Aizpuru —quien ha dedicado gran parte de su labor como historiadora al estudio de género durante el periodo virreinal—: en 300 años las variaciones del espacio y la presencia femenina “no tuvieron un sentido único o direccionado, la opresión no se iba liberando, así como el aprecio por las labores femeninas tampoco se consolidaba”.

Es decir, la persistencia y ejercicio del patriarcado en la sociedad novohispana no puede sustraerse del marcado sentido de imposición y aprobación con el que se forjó toda una época; sin embargo, tampoco puede decirse que su predominancia fue causal para que imperase de manera rampante, justificado en la ley y la tradición: una tabula rasa e inamovible para que las normas aplicadas a los espacios femeninos se cumpliesen de manera definitiva e intransigente. Debajo de esa pesada sombra, siempre hubo presencia —como en la ley— de recovecos normativos, institucionales, y en consecuencia, sociales, donde las mujeres alcanzaron y realizaron actividades que no las hicieron objeto sino sujeto de acción, sin el permiso o autorización de los hombres para ejercerlas.

Con base en los registros de bautismos en las parroquias de la Santa Veracruz y el Sagrario de la Catedral, para las últimas décadas del siglo XVII, un tercio de los hogares en la Ciudad de México estaban encabezados por mujeres que, contaran o no con el apoyo de los hombres, hicieron bautizos de hijos naturales, sin contar los encabezados por mujeres viudas y doncellas (mujeres solteras), término que no se utilizaba por su connotación peyorativa en aquel entonces. 

Durante el siglo XVIII, el sagrario catedralicio dividió en cuatro ramos el censo en donde el 36.66% de los hogares de la sociedad novohispana eran conducidos por mujeres; esto señala que más allá de las imposiciones y dictámenes legales, al no contar con la presencia masculina y a pesar de la desventaja educativa, a las mujeres no les impedía hacerse cargo de los negocios familiares, la educación de los hijos e incluso el posicionamiento social, pese al atavismo y prejuicio moral del contexto.

Esto no significa que tuvieran una vida mejor, sino que la presencia de las mujeres fue tan relevante como las de los hombres, aunque a ellas se les restringió el acceso a la educación. Se habla de los recogimientos y orfanatos, pero también hubo viudas que se encargaron de tiendas, obrajes e incluso de las imprentas. Incluso tuvieron la capacidad de heredar a sus hijas sin ningún tipo de observancia legal (no hay que olvidar que bajo la consigna de se acata, más no se cumple, la permisividad era cotidiana en la Nueva España).

Existieron establecimientos denominados Escuelas de amiga —un equivalente a las escuelas de primeras letras establecidas desde el siglo XVI exclusivas para hombres— en las que, si bien la instrucción de las niñas estaba enfocada al recogimiento espiritual y las labores domésticas, era a través de la enseñanza del catecismo que podían aprender a leer y escribir: ingresaban a edades tempranas pero del mismo modo se les retiraba, pues no era bien visto que las mujeres estudiaran después de los doce años, solo aquellas que en el ámbito privado contaban con los recursos para tener un maestro particular o acceder a los conventos, espacios que sin duda solo daban privilegio a los estamentos, con los recursos asequibles para poder pagarlos a través del concepto de dote

La educación jesuita —diseñada por y para varones— no solo fue referente por los consejeros, guías y maestros que educaba: también el modelo sirvió para fundar espacios para mujeres, como el caso del Colegio de las Vizcaínas de San Ignacio, fundado en 1732 por la cofradía de nuestra señora de Aranzazú, proveniente del País Vasco, que fungió como un espacio de protección de niñas, doncellas y viudas, y es uno de los casos más destacados, pues no solo reunió observancia y disciplina en su método, sino también fue creado para sectores femeninos vulnerables.

Otro caso surgió en el mismo siglo XVIII, con el padre jesuita Antonio Modesto Herdoñana y Martínez, quien trabajó por más de veinticuatro años en el Colegio de San Gregorio —espacio que hoy ocupa el mercado Abelardo L. Rodríguez—, y que en su origen fue destinado para indios provenientes de los pueblos aledaños a la ciudad, los cuales se habían encargado de la fábrica de los colegios jesuitas adyacentes. Con el paso del tiempo, además de jóvenes indígenas, comenzaron a llegar mujeres que deseaban servir en algún recogimiento, para lo cual se les edificó un convictorio en el mismo colegio con una dote de cuarenta mil pesos y se establecieron reglas de convivencia similares a las de la Compañía de Jesús.

En 1754, la corte de Madrid autorizó la existencia de la fundación bajo el nombre de Real Colegio de Indias Mexicanas de Nuestra Señora de Guadalupe —no ligadas al recinto del Tepeyac—; sin embargo, con la expulsión de la compañía unos años después, el establecimiento quedó reducido a la ruina con el único apoyo de las llamadas labores mujeriles (trabajos manuales de bordado, costura, cocina) y que habría quedado en el olvido de no ser por la ferviente dedicación del padre Don Francisco de Castañiza —hermano del padre Martín—, de quien aún se resguarda su retrato en el Salón El Generalito del Colegio de San Ildefonso. Con su empeño logro que en 1811 la Junta Central de España convirtiese aquel refectorio en monasterio, bajo de la Compañía de María o de la Enseñanza de Indias.

La "tutela" masculina en el periodo virreinal no debe entenderse como una renuncia o cancelación al ingenio femenino: al contrario, fue precisamente su ejercicio lo que les permitió defenderse hasta donde el marco legal les permitiera: si no se obtenía el permiso conyugal, el notarial le daba acceso a comprar, vender y repartir sus bienes como mejor lo considerara, siempre con la probabilidad de que la supuesta “debilidad” de su condición las pusiera en un terreno en el que podrían obtener beneficios e inconvenientes. La historia de las mujeres no consiste únicamente en visualizar a la mujer como objeto de estudio, sino como posibilidad de reflexionar sobre los hechos históricos, en su mayoría redactados por hombres, que serían incomprensibles sin la acción y contribución de las mujeres en todas las etapas de los procesos humanos.


Patio del Colegio "Las Vizcainas". © INAH

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.


Bibliografía:

  • A. Chávez, Ezequiel. Sor Juana Inés de la Cruz. Ensayo de psicología y de estimación del sentido de su obra y de su vida para la historia de la cultura y de la formación de México. México, Porrúa, 2001.
  • Bethell, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Tomo II:América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII”. Barcelona, Cambridge University Press-Crítica, 1998.
  • Brading, David A. La Nueva España: Patria y religión. México, FCE, 2015.
  • Conventos de monjas: Fundaciones en el México virreinal. México, Condumex, 1995.
  • Decorme, Gérard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572-1767. Tomo I: “Fundaciones”. México, Porrúa, 1941.
  • Gonzalbo Aizpuru, Pilar y Berta Ares Queija (coordinadoras). “Las mujeres novohispanas y la contradicción de una sociedad patriarcal”, en Las mujeres en la construcción de las sociedades iberoamericanas. México, El Colegio de México, 2004.
  • Lozano Fuentes, José Manuel. Historia de España. México, CECSA, 1980.
  • Paz, Octavio Sor Juana Inés de la cruz o las trampas de la fe. México, FCE, 2018.


¿Quieres saber más sobre la historia del Colegio de San Ildefonso?

        

Comentarios

Destacados