Maestros Muralistas | Orozco: Su segunda intervención en la ENP
José Clemente Orozco: Segunda intervención en los muros de la Preparatoria (III/III)
Mujeres y El sepulturero, frescos 1923-1924, José Clemente Orozco. |
E 1924, la salida de José Clemente Orozco de la Preparatoria dejó
inconclusos algunos temas, como el reparto agrario, el comunismo y las tensiones de la
política exterior, cuestiones que enrarecían aun más el ambiente de aquellos años.
En 1925, Orozco pintó el mural Omnisciencia en el cubo de la
escalera de casa del señor Iturbe, ubicada en la calle de Madero. Allí, la pincelada y la composición conservan los rasgos
de su primera etapa en la Escuela Nacional: los desnudos, la paleta cromática y
el tema no solo aluden a los dones recibidos, sino también a los procesos intelectuales
alcanzados por la humanidad.
Al año siguiente, Orozco firmó un contrato para realizar un mural en
la Escuela Industrial de Orizaba, Veracruz, el cual incluía el retorno a la Preparatoria.
Para esa fecha, los únicos muros no intervenidos en San Ildefonso eran los del
segundo nivel del patio principal y algunos del cubo de la escalera. Después
del rechazo que sufrió en San Ildefonso, Orozco regresó y abordó temas sobre la
lucha social, una idea estética que defendió desde sus
primeros años, a la que se sumó su experiencia de estudiante de agronomía. Como
él mismo refiere: Hasta los errores que se cometieron fueron útiles… la pintura
mural acabó con muchos prejuicios y sirvió para ver los problemas sociales
desde nuevos puntos de vista.
Orozco asumió entonces una decisión muy importante: borrar algunos de
los murales de su primera etapa, como Tzontémoc, La lucha del hombre
y Cristo destruyendo su cruz; de este
último, solo se conserva el rostro del Mesías, quien, con un gesto de hartazgo, convive
con una triada de trabajadores igual de cansados que sostienen sin ganas una
bandera de huelga, ese anhelado derecho que provocó la Revolución y que ahora
solo se veía como demagogia de un discurso desgastado por años de promesas incumplidas.
El Banquete de los ricos y La trinidad
revolucionaria permanecieron, y solo fueron retocados de los daños cometidos
por los estudiantes. En este último, Orozco aprovechó para acentuar ciertas “incongruencias”, como un constructor sin manos, un trabajador sin fuerzas y un soldado cegado
por sus ideas.
La nueva propuesta de Orozco se enfocó en universalizar lo mexicano. La muerte, la destrucción y la lucha
son situaciones vividas en cualquier latitud: cuando el hombre lucha por sus
ideales, al derrocar viejas estructuras y buscar una renovación del sistema imperante, se llega a la confrontación en la que va de por medio la vida de miles. Para Orozco, la
guerra, la revolución armada o la Bola,
como quedó registrada en el imaginario colectivo, representó la acción de dejarlo todo en aras de algo mejor; ese es el discurso de La Destrucción del Viejo
Orden. Por su cuenta, en La
trinchera, la cruz en diagonal le sirve a Orozco para resolver el
movimiento compositivo en el que las vidas se sacrifican en pos de los ideales.
Ambos murales, junto con La huelga, conforman una triada por la que el
ser humano transita hacia el caos.
Con el anonimato de cada escena, plasma su intención de evitar jarritos
y cromatismos estridentes, asociados en su opinión con lo mexicano e
indígena, bajo una idea distorsionada de nacionalidad. Orozco depura hasta el
extremo el concepto de lo mexicano, con atavíos blanquecinos de manta de
algodón que otro campesino podría usar en una latitud alterna, y el color de la piel
corresponde al de la tierra, piel quemada por las largas horas bajo el sol.
En los siete murales del segundo nivel, Orozco plasma todo menos un
relato: su renuencia a representar la guerra como una anécdota se muestra con
evocaciones anónimas de todos aquellos que hicieron la Revolución: los de la Bola, los muertos que acabaron en
las fosas del Sepulturero, las Mujeres que, cegadas por su propia voluntad, dan La
Despedida y La Bendición para no ver partir a sus hombres, hijos o
hermanos hacia un lugar incierto del que probablemente no volverán.
En ellos, los instrumentos de labranza dejados por los Trabajadores
quedan dispersos, son olvidados para tomar las armas para convertirse a los
hombres en Revolucionarios. Los magueyes, dispuestos a manera de
divisiones entre cada mural, son también un surco sembrado con la vida del
campesino: los agaves emergen con la promesa de que algo nuevo viene para los
que han estado ahí por siempre. Orozco sintetiza los elementos iconográficos
del campo, mientras que, en el fondo, las volumetrías arquitectónicas constituyen otro referente metafórico,
grandes volúmenes bien cimentados como una Familia, una nueva
sociedad que se construye a partir de los que perdieron la vida.
La composición final del plafón del cubo de la escalera presenta su
propia lectura de la Conquista, en la que sintetiza un proceso universal de
hechos humanos, la historia como proceso consecuente de acciones y no solo construcción
de identidades regionales, que desembocan en la segregación y la fragmentación.
Cortes y Malitzin, no malinche, son una reivindicación de un proceso
natural, dos entidades distintas reunidas en un nuevo comienzo, de los muchos
que ha habido en la historia.
Orozco no compartía la idea de pensar en la Malitzin como una traidora,
discurso útil para las ideas decimonónicas aferradas a las posturas
eurocentristas. De igual manera, disentía con la idea de ver en las razas originarias
la raíz genuina del pasado americano; para él, la identidad era una especie de
amnesia que no podría ser resuelta con explicaciones simplistas. El mestizaje
era un proceso humano que prolongaba la milenaria herencia cultural, y que comprometía al hombre a rememorar su responsabilidad de aportar cada uno de estos procesos a la universalidad. Bajo esta idea, representó a Pedro
de Alvarado como El Constructor, quien
puede ser más destructor por ambición que por acción.
El constructor, fresco 1926, José Clemente Orozco |
La Sed y Los Ingenieros fueron las últimas obras que dibujó encima de los murales alusivos a la conquista de Emilio García Cahero. Orozco obtuvo permiso para destruirlos y representar a hombres sedientos y a otros empeñados en construir un futuro, con el compromiso de contribuir al edificio de la memoria del mundo. Con este mural concluyó José Clemente Orozco su obra en la Escuela Nacional Preparatoria.
Jonatan Chávez
Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del
Colegio de San Ildefonso.
Bibliografía:
- Matute, Álvaro. La revolución mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política 1901-1929. México, Océano, 2002.
- Ramírez, Fausto. Modernización y Modernismo en arte mexicano, México, UNAM, 2008.
- Roura, Alma Lilia. Olor a tierra en los muros. México, EDUCAL, 2010.
- Tibol, Raquel. José Clemente Orozco: Una vida para el arte. México, F.C.E. 2009.
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