San Ildefonso en el Tiempo | El método educativo de los jesuitas

No todo conviene a todos: el método educativo de los colegios jesuitas


Tras el ataque del ejército francés a la ciudad de Pamplona en 1521, Iñigo López de Loyola sufrió un accidente que lo postró en cama y que más tarde lo obligó a dejar su carrera militar, pues una herida en su pie lo dejó imposibilitado para volver al camino de las armas.

Debido a esta dolorosa discapacidad, Ignacio de Loyola (nombre que adopta en 1537) transitó por diversos estadios, sin embargo, las ideas de predestinación y de los designios divinos se convirtieron en paliativos fundamentales en su vida.

Se dice que, durante su convalecencia, Ignacio quedó cautivado por la lectura de los pasajes de la vida de Jesús y de los Santos, y que nada pudo distraerlo del Amadís de Gaula, una popular novela de caballería medieval entre quienes se dedicaban a la guerra.

Sin embargo, lo importante de este pasaje es saber a ciencia cierta si sabía leer y escribir, pues durante la Edad Media, a los caballeros como Ignacio de Loyola solamente se les exigía montar a caballo y el manejo de la espada, así como el sentido de pertenencia y servicio a un señor o reino.

Tras la renuncia a la carrera militar, la entrega de su espada en el santuario de Manresa en Cataluña, y el comienzo de su andar trashumante y misionero, Ignacio de Loyola comprobó la importancia de la lectura y la escritura, puesto que, para él, un corazón henchido de fe no bastaba para persuadir y lograr despertar en el otro la devoción.

Ante la abundancia de doctrinas heréticas de aquella época, el Santo Oficio combatió y persiguió el mínimo proceso de tergiversación de la ortodoxia, sin detenerse a comprobar la culpabilidad de los acusados.

Loyola transitó entre dos siglos: el ocaso de una era y el advenimiento de una nueva etapa marcada por los cambios: los mares ya no representaban límites, sino zonas de exploración. Los galeones no regresaban cargados a Europa solo con especias, sino con infinidad de información sobre tierras ignotas que invitaban a la aventura, pero también al descubrimiento y a la evangelización.




La imprenta, que propició en gran medida el advenimiento de la revolución educativa en Europa, jugó un papel esencial en todo ese proceso. El pasado grecolatino, cuyo método educativo se basó en el Trívium y en el Quadrivium, volvió a ser considerado por los estudiosos, pues veían en él grandes posibilidades para incorporar y adaptar lo nuevo a una ya existente escolástica cristiana, que había prevalecido por más de un milenio.

Después de aprender en una escuela de primeras letras, a sus más de 30 años, Ignacio de Loyola redactó sus Ejercicios Espirituales, por los que fue llamado a rendir explicaciones, pues suponía un atrevimiento escribir sobre Teología sin haberla estudiado. Tras salir de esta situación, decidió ir al Colegio de Santa Bárbara de París; ahí, Loyola se percató que era fundamental la educación acuciosa, profunda y detallada para poder evangelizar, pensar y ordenar las ideas, resultado de un proceso espiritual y memorístico que consistía en guardar lo aprendido y ejercerlo en la argumentación, con el fin de persuadir al otro. No se trataba de meros ejercicios: representaba todo un método que se le conoció como Ratio Studiorum, pero, ¿en qué se distinguía de la milenaria escolástica cristiana?

La escolástica, a grandes rasgos, consistía en determinar, durante una disertación, si era verdadero o falso un argumento, después de haber revisado con detalle las posiciones. De este modo, una tesis eliminaba a la otra y despejaba cualquier especulación posible sobre el tema. Todos abrazaban el resultado de la disertación y se compilaba en las llamadas Summas.

En el caso del Ratio Studiorum, homologada en 1599 por instrucciones del general de la orden, el padre Claudio Acquaviva, se le conoció como la Ratio Atque Institutio Studiorum Societatis Iesus, método que radicaba en una profunda memorización basada en la repetición de los temas a aprender, por medio de representaciones, ejemplos y demostraciones con problemas reales que obligaban al convictor (estudiante) a buscar la mejor manera de resolverlos, pues no todo tenía siempre la misma solución y, en consecuencia, tampoco el mismo proceso. No todo conviene a todos, era una frase muy recurrente de este esquema.

La información y la apropiación de grandes acervos de conocimiento fueron esenciales en la formación jesuita, cuando se aventuraron a evangelizar el mundo. Pronto se convirtieron no solo en misioneros: también observaron la naturaleza y los fenómenos en las latitudes a las que llegaron. Esos datos se enviaron a las grandes capitales, donde se encontraban los colegios más importantes, como el Colegio de San Ildefonso, pues, en su caso, fue el único lugar donde se permitió tener una imprenta, además de la ya establecida en el Ayuntamiento de la ciudad. Allí se compilaba, estudiaba y se hacían circular los libros al resto de los colegios, por lo que la información no se quedaba en los anaqueles: era parte integral del proceso formativo. Un jesuita que se encontrara en una misión guaraní en el Paraguay, podía tener contacto con sus compañeros de Mesina en Italia o de Baja California, en la Nueva España. Gracias a este método, el mundo del siglo XVI fue asimilado por la cultura occidental no solo con un afán de explotación de riquezas, pues también le sirvió para prospectar sus ideas científicas y la multidisciplinariedad que caracterizó al pensamiento de ese periodo y de los siglos siguientes.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.



Bibliografía:

  • Gonzalbo Aizpuru, Pilar. La educación popular de los jesuitas. México, UIA, 1989.
  • ________________. Educación, familia y vida cotidiana en el México Virreinal. México, COLMEX, 2013.

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