Maestros Muralistas | La Creación, una lectura

Diego Rivera: La Creación, una lectura


La estética… pondrá vino nuevo, proporcionado por lo contemporáneo mexicano, en los odres viejos del estilo, para dar a la primera parte de su composición: pitagorismo y humanismo…

                                                                                                                      Diego Rivera


El mural La Creación es el resultado de un proceso inconcluso: en su concepción original, Diego Rivera pretendía ilustrar el mestizaje cultural entre lo indígena y lo occidental, un proceso de transmisión entre los evangelizadores que José Vasconcelos concebía como una valiosa aportación lingüística a la historia. Sin embargo, no se sabe más de este proyecto.

En octubre de 1921, la parte superior de La Creación ya estaba diseñada, aunque se comenzaron sus trabajos hasta el siguiente mes; sin embargo, desde ese primer espacio podemos vislumbrar hacia dónde prospectaba el mural, el cual representa una especie de templo civilizatorio en el paraninfo de la preparatoria, una catedral de conocimiento y de comienzo de todo. 

El arcoíris revela la energía, el contacto de lo celestial con lo mundano, mientras que los Mudras de la creación representan el contacto de los opuestos en la tierra como receptora y germinadora de vida. El universo aparece como un rompimiento de luz (nombre técnico) realizado en hoja de oro, que remarca la influencia bizantina proveniente de Italia. Al centro contiene un hexágono y una pentalfa o estrella hexagonal, también conocida como estrella pitagórica, símbolos de la energía primigenia asociada a lo masculino y femenino.

A manera de tenantes, custodias y receptoras de ese constructo, se encuentran del lado derecho la alegoría de La Sabiduría, que tomó como modelo a Luz Jiménez, una indígena que posó para todos los muralistas, y que sostiene en sus manos la banda de Moebius, símbolo del movimiento perpetuo. En su lado opuesto, La Ciencia, representada por el rostro de Palma Guillen (1893-1975), maestra normalista que más tarde se graduaría como filosofa en la naciente Universidad Nacional de México. Con ellas, Rivera establece un diálogo permanente entre la sabiduría y la ciencia.

Al centro de la composición se encuentra el hombre como creación y creador, un pantocrátor que emerge de una vegetación exuberante, en la cual descansa el tetramorfos (Ángel-San Mateo, León-San Marcos, Toro-San Lucas y Águila-San Juan); a la izquierda, una Eva cuyo rostro corresponde al de la esposa de Diego, Guadalupe Marín (1895-1983), y a la derecha, Adán, el asistente de Diego, quien también posó en la capilla Riveriana de Chapingo. Ambos representan la pareja primigenia a manera de espectadores de una epifanía, metáfora del nuevo orden civilizatorio.

Bajo la concepción pitagórica, el hombre debe transmitir sus virtudes para ser ejemplar y, al mismo tiempo, para lograr que la belleza de la creación lo rodee. Así, en el extremo izquierdo de la composición, se encuentran La Fe, ciega y confiada; La Esperanza, firme y La Caridad, que se da a raudales debajo de ellas. La Danza, en quinta posición, acompaña sus movimientos al ritmo de la melodía que La Música desprende al tocar el aulós y el canto acoplado al verso de las melodías; todas ellas, acompañadas de La Comedia, representada por la figura de Guadalupe Rivas Cacho (1894-1975), a quien Diego conoció en una representación en el Teatro Lírico.

En contraparte, las virtudes teologales forman un conjunto alusivo al fortalecimiento de lo ético y lo moral, esencial en la generación de las leyes sociales. De izquierda a derecha: La Templanza, estoica y adusta se mantiene a un lado de La Fortaleza, representada de nuevo por Guadalupe Marín, alegoría que regula y canaliza la fuerza de La Justicia aconsejada por La Prudencia, representada en el rostro de Dolores Asúnsolo, mejor conocida como Dolores del Rio (1904-1983). Ambas mantienen en orden y equilibrio el todo.

Bajo estas virtudes vemos al Drama en la máscara del teatro griego que cubre a Erato, musa de la poesía erótica, personalizada por Carmen Mondragón, mejor conocida como Nahui Olin (1893-1978), junto a Luz Jiménez, quien encarna a La Tradición, herencia de los pueblos que, desde la oralidad, construyen fábulas y mitos con los que se explica el mundo.

Adán, atento a su conversación, no se percata de que está por atacarlo una serpiente con la inscripción “centurión”, palabra que no solo alude a las centurias romanas, sino que también refiere al deseo colectivo de eternidad, pues tanto lo efímero como lo perenne constituyen aspiraciones humanas. La Creación fusiona tradiciones culturales milenarias, ya releídas en el Renacimiento; con ello continúa un proceso de aportación universal a la cultura más allá del propio mestizaje. Si consideramos el lema de la serpiente sobre las ambiciones que prevalecen en el tiempo, podemos decir que, a casi cien años de su realización, Diego Rivera supo mantenerse en la tradición artística de México.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.



Bibliografía:
  • Lozano, Luis Martín y Coronel Rivera, Juan Rafael. Diego Rivera. Obra Mural Completa. Alemania, Taschen. 2010.
  • Matute, Álvaro. La revolución mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política 1901-1929. México, Océano, 2002.
  • Ramírez, Fausto. Modernización y Modernismo en arte mexicano. México, UNAM, 2008.
  • Roura, Alma Lilia. Olor a tierra en los muros. México, EDUCAL, 2010.

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