San Ildefonso en el Tiempo | Consecuencias de la expulsión de la Compañía de Jesús
Consecuencias de la expulsión de la Compañía de Jesús
Es menester hacer saber a los súbditos del gran monarca que ocupa
el trono de España, que nacieron para callar y obedecer
y no para discurrir y opinar en los altos asuntos del Gobierno.
Marqués Carlos Francisco de Croix
Virrey de la Nueva España (1766-1771)
José Gálvez y Gallardo. Marqués de la Sonora. Real Academia de la Historia, Madrid, España |
La madrugada del 26 de junio de 1767, la guardia virreinal tocó las puertas del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo y San Ildefonso. El rector a cargo era el padre provincial Pedro Reales, mientras que el procurador era el hermano Martín María Montejano, quienes enfrentaron la lectura del bando de Carlos III por instrucción de José Gálvez, marqués de Sonora. La orden era muy clara: tenían que dejar los colegios, solo podían llevar consigo sus pertenencias personales y debían cumplir dos exigencias del gobierno virreinal: entregar todos los libros de cuentas y los caudales resguardados en los colegios.
Mientras se gestionaba cómo debía ser la salida, se les solicitó a todos los coadjutores mantenerse resguardados en la capilla, pues, como era de esperarse, despachar a tantos colegiales no era tarea sencilla: tan solo en San Ildefonso se estima un número de 350 estudiantes, muchos de ellos provenientes de ciudades tan lejanas como Portobello en Panamá, La Habana, Pátzcuaro o Nuevo México, sin olvidar que otros tantos pertenecían a lo más granado de las familias criollas novohispanas. La incertidumbre y nerviosismo provocado por la ocupación militar de las guardias flamencas dejó deambulante a Pedro Arenas, un escolar que padecía problemas mentales y quien, al ver aquel alboroto y no encontrar a sus compañeros, fue presa del pánico que lo hizo lanzarse por la ventana de uno de los dormitorios.
Finalmente, a los colegiales de San Ildefonso les otorgaron tres días para dejar el edificio. Para ejecutar la orden, el oidor Jacinto Martínez de la Concha ordenó a los soldados guardar distancia y él solo se acercó a la puerta. Tardaron en abrir por ser tan temprano, hasta que en nombre del rey solicitaron la apertura que se pudo ingresar. Ya dentro, fue llevado a la sala rectoral, donde fue leída la sentencia. De este modo la suerte de los jesuitas había sido decidida.
La noche del 28 de junio, los padres de la compañía fueron recluidos en el colegio Máximo y, en calidad de prisionero, el Rector fue llevado al convento de El Carmen para rendir su declaración, todo con la más total discreción, pues se sabía que los integrantes de la compañía guardaban los aprecios más cercanos de la gente. Así se hizo, hasta tener ocupadas todas las casas, colegios y hospitales de la compañía.
Una vez concluidas estas acciones, se dio a conocer a son de tambor y pie de arma el Bando de expulsión. A su paso, la gente se amontonaba en las plazas y el alboroto era tal, que no se alcanzaba a entender lo que ahí sucedía. En cada ciudad, la noticia de la expulsión causaba el mismo efecto en la gente: confusión, llanto e incertidumbre por una explicación que nunca llegó.
El proceso para reunir a todos los integrantes de la orden fue complejo: en las ciudades principales juntaron a los desplegados en las misiones. Quizás no se habría provocado tal escándalo y molestia social si no se hubiese visto a aquellos jesuitas atados de pies y manos, puestos en filas como si fuesen criminales. La muchedumbre se sublevó; no alcanzaban los soldados para que la gente dejará de asaltar las cárceles donde los padres estaban recluidos.
De junio a septiembre de 1767, los jesuitas de ciudades del Bajío como San Miguel de Allende, Jerez, Irapuato, Guanajuato, Querétaro, Valladolid, Guadalajara y Zacatecas, así como los misioneros de la Sierra Tarahumara fueron barridos —como ellos mismos llamaron al proceso—. La fecha marcada para salir rumbo a Veracruz era el 28 de junio, de modo que el resentimiento por no poder ayudar a los jesuitas exacerbó los ánimos de la gente: era la primera vez que la sociedad novohispana fue reactiva y contestataria a una decisión del rey (y del virrey), pues se desataron levantamientos que fueron ahogados a sangre y fuego con “castigos ejemplares”: el paternalismo opresivo de la corona española se había volcado contra sus propios súbditos.
Ya arremolinados en Veracruz, alrededor de cuatrocientos jesuitas fueron repartidos en distintas galeras, que tocaron La Habana y San Juan, solo para llevarse a los que se encontraban en las islas al continente europeo. Sin embargo, el clima y la malaria hicieron de cientos de ellos un cementerio; los sobrevivientes llegaron a Cádiz y más tarde a Córcega, con destino final a Boloña, pero el papa Clemente XIV finalmente ordenó la anulación de la orden: el porvenir no sería nada prometedor.
Jonatan Chávez
Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del
Colegio de San Ildefonso.
Bibliografía:
- Bethell, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Tomo II: América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII. Barcelona, Cambridge University Press-Crítica, 1998.
- Chevalier, Jean. Historia de los latifundios en México. México, FCE, 1997.
- Decorme, Gérard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572- 1767. Tomo I: Fundaciones. México, Porrúa, 1941.
- Lozano Fuentes, José Manuel. Historia de España. México, CECSA, 1980.
- Lynch, John. La España del siglo XVIII. Barcelona, Crítica, 1999.
- __________. España bajo los Austrias. Barcelona, Crítica, 2010.
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