Maestros Muralistas | Jean Charlot - La masacre del Templo Mayor

Jean Charlot: Técnica y narrativa de La masacre del Templo Mayor


Rodeado de piezas precolombinas, la mirada de Jean Charlot se educó con las formas y referencias del arte del valle del Anáhuac y de sus crónicas, muchas de ellas pertenecientes a su tío abuelo Eugene Goupil, asiduo coleccionista de arte mexica, y de Desiré Charnay, el arqueólogo y fotógrafo francés que retrató las primeras imágenes de los descubrimientos arqueológicos de Uxmal, Palenque y Mitla. El día de su primera comunión, le obsequió un silbato en forma de coyote, extraído de una excavación de un entierro prehispánico.

Con todos estos antecedentes, cuando Jean Charlot llegó a los 23 años a México después de la Primera Guerra Mundial, se dio a la tarea de sumergirse en la cotidianidad del país. Saltó a su vista la gran devoción por la Virgen de Guadalupe: el colorido vibrante y la terrosa belleza que amalgamaba todo con singular naturalidad. Del mismo modo que Linati, Mina, Rugendas y otros artistas europeos que pasaron por México durante el siglo XIX, Charlot se dejó fascinar por la complejidad de la cultura mexicana.

Como pintor, Charlot se interesó por la técnica del fresco, por lo que la escuela de Fontainebleau fue su primera referencia. A pesar de que participó en los movimientos artísticos y experimentaciones de la época (como el futurismo), sentía una gran fascinación por las técnicas rechazadas por la modernidad, como el fresco, los colores de cola (óleos) y las maderas policromadas.

Las relaciones que Jean Charlot entabló con los muralistas de San Ildefonso fueron cordiales; en opinión de Orozco, Charlot representaba la sensibilidad europea más moderna y libre de prejuicios. Con Diego Rivera, a quien asistió como ayudante y con quien intercambiaba opiniones, la relación era afable, a pesar de que las labores le impedían dedicarse a su propio trabajo.

En junio de 1922, Jean Charlot levantó el andamio para comenzar su obra. En septiembre de ese mismo año comenzaron los trabajos formales y, en tan solo 37 días, concluyó la parte del fresco, dejando para el final las lanzas ejecutadas con técnica de encáustica y las incrustaciones de los enjoyados de los personajes. El resultado fue una composición avasallante que evoca a la muerte y al renacer de toda una civilización. El mural se inauguró el primero de febrero de 1923, según refiere la investigadora Alma Lilia Roura en Olor a tierra en los muros.


La Masacre del Templo Mayor reúne el imaginario de las raíces indígenas tomadas de las crónicas del padre Durán (siglo XVI), así como el absurdo de la guerra y la riqueza cultural mexicana.

La matanza histórica en el Templo, a cargo de Pedro de Alvarado, que tuvo lugar cuando los mexicas se disponían a celebrar el Tóxcatl (fiestas en honor a Tezcatlipoca y Huitzilopochtli), desató la guerra final entre mexicas y españoles.

Sin embargo, Charlot no representó el evento de forma simple: lo enriqueció con la inserción de elementos como flores, que simbolizan el renacer de quienes las portan en el pecho, personajes atravesados con las lanzas de los conquistadores. La fragilidad de las plumas y el algodón destruidos por las brutales bolas de acero que, como avalancha, se desplazan para exterminarlo todo. Renacimiento y futurismo, pasado y presente representados en un estruendo silente, generan no un choque abrupto del que ya se ha dicho tanto, sino un diálogo que permite profundizar sobre un hecho histórico trascendental del que quizás no habrá una conclusión definitiva, pero sí múltiples lecturas para comprender su complejidad.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.



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