Recuerdo de Elisa Vargaslugo

El Jacalteopán de los jesuitas

Recuerdo de Elisa Vargaslugo (1923-2020)

DAVID HUERTA

José Clemente Orozco. Cruz y serpiente, fresco, 1926. 
Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2020.


     En el último tercio del siglo XVI, los sacerdotes de la Compañía de Jesús llegaron por primera vez al Nuevo Mundo. El fundador de la orden, Ignacio de Loyola, así lo había ordenado; el arduo viaje trasatlántico estuvo cargado, por lo tanto, de una señalada significación evangélica.

     Después de la travesía y el desembarco, el viaje a la gran ciudad de la Nueva España fue la culminación de penas sin cuento. Asediados algunos de ellos por enfermedades atroces, al fin los religiosos comenzaron a asentarse.        

    En el primer terreno que tuvieron, se dedicaron a levantar una modesta y frágil edificación: un jacalteopán, voz náhuatl que significa sencillamente choza-iglesia, en tono más elevado, Casa de Dios. El filántropo Alonso de Villaseca les dio a los jesuitas el terreno para el modestísimo jacal-templo. Así comenzó la historia del Colegio de San Ildefonso.

     El Colegio de San Ildefonso fue fundado oficialmente con ese nombre en 1618. Doce becarios fueron favorecidos para llevar a cabo sus estudios entre los muros de la escuela.

     En 1773 los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España; volvieron en 1816. A lo largo del siglo XIX el Colegio sufrió varios vaivenes y transformaciones hasta que en 1867 se convirtió, gracias a los buenos oficios de Gabino Barreda, en la Escuela Nacional Preparatoria. Con ello adquirió un definido perfil secular.

    La historia del Colegio de San Ildefonso aquí referida sinópticamente fue contada en un puñado de páginas admirables por la maestra Elisa Vargaslugo, quien murió el 30 de agosto a los 97 años de edad. Su ensayo se titula “El real y más antiguo Colegio de San Ildefonso” y puede leerse en el libro Antiguo Colegio de San Ildefonso, publicado en 1997 por Ediciones del Equilibrista gracias al patrocinio de Nacional Financiera.

    Recordamos así, aquí, a la maestra Elisa Vargaslugo. Su legado es el de una sabia admirable y una conocedora profunda del pasado mexicano.

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