San Ildefonso en el Tiempo | Cofradías y devociones jesuitas

Cofradías y devociones jesuitas (I/III) 

Al Messico envíen, si les parece, haciendo que sean pedidos o sin serlo… 

Ignacio de Loyola 


La sociedad novohispana se organizaba en gremios, cuya estructura estaba integrada por un maestro que supervisaba a los aprendices. Cada uno de los gremios tenía un lugar reservado en una cofradía de la iglesia destinada al santo patrono de su oficio, a quien debían festejar en su onomástico con misas, rosarios, procesiones y mitotes (bailes rituales indígenas).

Si bien, previo al arribo jesuita, esta sociedad contaba con devociones arraigadas como el culto a la virgen de Guadalupe y a los santos, la instauración de una nueva catedral requería de reliquias para exaltar su grandeza y fervor a la santa madre iglesia. Así, seis años después de su llegada, los jesuitas se encargaron de traer fragmentos de los huesos de San Pedro y San Pablo, los cuales fueron colocados en el colegio del mismo nombre, como lo refiere el padre Francisco Javier Alegre en su Historia de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, escrita en el siglo XVIII.

Las devociones jugaron un papel central en el proceso de amalgamiento de una sociedad variopinta y compleja, acostumbrada a sincronizar la liturgia con las actividades cotidianas que, a pesar de preservar el orden heredado por la tradición medieval impuesta por los europeos, permitía los alardes de fe propios de las festividades y ceremonias características del credo indígena que había sido remplazado.


Los jesuitas adoptaron el anagrama IHS (Jesús Salvador de Hombres) para anunciar su programa devocional enmarcado por la exaltación de su labor y, como aval de los postulados fundamentales de la orden, el emblema AMDG (A la Mayor Gloria de Dios), inscrito en el libro de los ejercicios espirituales de Loyola, del que destaca el fervor mariano que promovió la orden.

El calendario comenzaba en enero con dos celebraciones: la Epifanía, es decir, la adoración de los magos llegados de Oriente que, según el Evangelio armenio de la infancia de Jesús, eran Melchor, el rey de Persia; Gaspar, rey de la India, y Baltazar, rey de los árabes. Para ello, el gremio de los panaderos se hacía presente con la realización de la ciambella, mejor conocida como rosca de reyes, un bizcocho aderezado con frutos secos que emula una corona. La segunda celebración se realizaba el 23 de enero, día de San Ildefonso. En ella, el colegio se engalanaba con pendones en puertas y balcones para recibir con todo el boato a la corte virreinal, que llegaba desde temprano a escuchar misa en la capilla; más tarde el virrey otorgaba doce becas para que los alumnos más destacados, llamados reales, continuaran sus estudios.

Febrero iniciaba con la celebración de la fiesta de la Candelaria que, acorde a la tradición, marca el final de la cuarentena de la virgen María y la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén, así como la bendición de los animales, para que el año augurase buenas mieses. Ese día, el gremio de los herreros se presentaba en las iglesias con herrajes de monturas de caballos e instrumentos de labranza para que fueran bendecidos.

Marzo y abril eran meses de profunda devoción, pues, el séptimo viernes, a partir del miércoles de ceniza, se conmemora en toda la cristiandad la pasión y la muerte de Jesús. En esas fechas, los gremios de pintores y escultores jugaban un papel esencial en la realización de esculturas procesionales y pinturas de cada uno de los elementos de la pasión. Por su lado, los plateros no se daban abasto en la ejecución de mandorlas y corazones atravesados por siete puñales para las vírgenes dolorosas. La teatralidad y el dramatismo de las procesiones, acentuado por los toques de la marcha, el incienso, las velas y las flores exaltaban el desconsuelo de ver el cuerpo del cristo yacente.

Con el advenimiento de los jesuitas y su integración a la sociedad novohispana, esta alcanzó un grado de refinamiento individual, siempre aspiracional y emulativo, pero respetuoso de la metrópoli, que en la búsqueda de un lenguaje propio, dio paso a una identidad criolla arraigada a su tierra con regionalismos particulares.

Jonatan Chávez

Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del Colegio de San Ildefonso.



Bibliografía:
  • Chevalier, Jean. Historia de los latifundios en México. México. F.C.E. 1997.
  • Decorme, Gerard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. 1572- 1767. Tomo I Fundaciones, México, Porrúa, 1941.
  • El arte de las misiones de la Nueva España 1600-1821. México, ACSI, 2009.
  • Evangelios Apócrifos. México, CONACULTA, 2002.
  • Gonzalbo Aizpuru, Pilar. Educación, familia y vida cotidiana en el México virreinal. México, COLMEX, 2013.
  • Sellner Christian, Albert. Calendario Perpetuo de los Santos. España, Eldhasa, 1994.
  • Vargaslugo, Elisa. El real y más antiguo Colegio de San Ildefonso en Antiguo Colegio de San Ildefonso. México, NAFIN, 1997.
  • Viqueíra Alban, Juna Pedro. ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la Ciudad de México durante el siglo de las luces. México, F.C.E. 2001.

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