San Ildefonso en el tiempo | La obra de Francisco Antonio Vallejo
La obra de Francisco Antonio Vallejo en la Sacristía del Colegio de San Ildefonso
En la Nueva España, durante la segunda mitad del siglo XVIII, los maestros de los talleres
de pintura estaban preocupados por la irrupción de artífices carentes de
oficio. Hacia 1753, Miguel Cabrera, Juan Patricio Morlete Ruiz, José
de Alcibar, Francisco Antonio Vallejo, entre otros, redactaron una Defensa
de la Pintura en la que solicitaron al virrey el establecimiento de una
academia rectora que no solo aglutinara, sino que también avalara el oficio de
los talleres.
Para
entender esta situación, necesitamos considerar que la sociedad novohispana desarrolló un gusto muy refinado por las representaciones religiosas llenas de
misticismo y arrobamiento. Por su parte, las instituciones religiosas, como la Compañía de
Jesús, eran exigentes y cuidadosas al momento de seleccionar a los mejores
artífices para revestir sus recintos con la devoción mariana.
Era tal la
exaltación de lo sagrado que, en 1756, pintores como Francisco Antonio Vallejo fueron llamados para
examinar una de las imágenes más veneradas en estas tierras: la Virgen de
Guadalupe; un hecho sin precedentes que se documentó en Maravilla
Americana. Este libro, salido de la imprenta real del Colegio de San
Ildefonso, ratificaba que la imagen de la Virgen del Tepeyac fue realizada
por una mano divina, una conclusión incuestionable para la época.
Realizados para la Sacristía del Colegio de San
Ildefonso, solo seis años antes de la expulsión de los jesuitas (26 de junio de
1767), los lienzos de Vallejo evocan dos de las más apreciadas devociones
jesuitas en la Nueva España: La Sagrada
Familia (también llamada Los Cinco
Señores), y El Descenso del Paráclito
(o El Pentecostés), un conjunto monumental lleno de misticismo. Los
elementos que ambos comparten transitan entre el barroco mexicano y el purismo
de la academia, fundada hasta 1781.
Un imponente rompimiento de gloria y, de fondo, fragmentos arquitectónicos que evocan una reminiscencia clásica, la escena parece situarse entre el cielo y la tierra. En la parte superior se aprecia al Padre Eterno entre nubes, con el mundo y el cetro, símbolos de su poder divino, rodeado de ángeles músicos que dan testimonio y alaban su omnipresencia. En ese momento místico, donde la Santísima Trinidad se encuentra en comunión, la paloma que representa al Espíritu Santo enlaza las tres divinas personas: Dios padre y Jesucristo. El eje de composición vertical establece ese inquebrantable vínculo que sustenta toda la cristiandad.
Rodeados
por los siete arcángeles: San Gabriel, San Miguel, San Rafael, Sealtiel y Uriel
del lado izquierdo, San Jehudiel y Baraquiel del lado derecho, cada uno con un
atributo que evocan los valores y pilares de la iglesia, funcionan a la vez de
custodios de los Cinco Señores:
Santa Ana, San Joaquín, la Virgen María y San José cargando al Niño Jesús;
juntos completan una escena familiar llena de mensajes sobre la educación
patriarcal y los dogmas cristianos, ejemplos de una sociedad dominada
por el sentimiento de la predestinación divina.
El
tenebrismo de la pintura acentúa el rompimiento de gloria, mientras que la paleta cromática
genera destellos vibrantes para destacar personajes y elementos en concordancia con los encarnes marmóreos, propios de la
imaginería sagrada que exalta la fe, el cuidado en su representación y la
“dulce inexpresión”, término con que Consuelo Maquívar caracteriza a lapintura religiosa novohispana. Con estos
elementos, el artista logró generar un ambiente de espiritualidad y
recogimiento, distintivo del lugar para el que fueron destinados.
El Descenso del Paráclito en la sacristía
del Colegio de San Ildefonso posee significados profundos, pues para los
jesuitas el calendario litúrgico representaba la acción de Dios en los hombres
que dedicaban su vida a la labor espiritual y evangelizadora. No hay que
olvidar que los estudiantes que decidían formar parte de la orden jesuita, tras
la toma de los cuatro votos, eran enviados a las misiones norteñas del
virreinato novohispano, donde para transmitir su mensaje debían conocer las
lenguas de las diversas poblaciones; de la misma manera que los apóstoles luego
de recibir al Espíritu Santo en sus frentes pudieron hablar las lenguas de los
gentiles para poder transmitir la buena nueva.
De aquella
época solo quedan estas obras; su monumentalidad enuncia la riqueza del
revestimiento del espacio y la época en que fueron realizadas. Lo que sucedió seis años más tarde, ni los padres de la Compañía lo esperaban. La
grandeza del inmueble, el cuidado puesto para elegir a los mejores artistas es
una muestra de que el Colegio de San
Ildefonso y su misión educadora fueron pensados para trascender su tiempo.
Jonatan Chávez
Historiador y Coordinador de Voluntariado y Servicios al Público del
Colegio de San Ildefonso.
Bibliografía:
- Decorme,
Gerard. La Obra de los Jesuitas mexicanos
durante la época colonial. 1572- 1767. Tomo I Fundaciones. México, Porrúa, 1941.
- Montes
Ramírez, Mina. En defensa de la
Pintura, Ciudad de México, 1753. México, Instituto de Investigaciones
Estéticas, UNAM, 1983.
- Ruiz Gomar,
Rogelio. El retrato novohispano en el
siglo XVIII. México, Museo Poblano de Arte Virreinal, 1999.
- Vargaslugo, Elisa. “El real y más Antiguo Colegio de San Ildefonso” en Antiguo Colegio de San Ildefonso. México, NAFIN, 1997.
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